domingo, 26 de marzo de 2017

Qué frágiles somos..

Qué frágiles somos

Sin duda podría ser el resumen del montón de conocimientos y aprendizajes a lo largo de una formación que he recibido durante algunos días: la Psicología de Emergencias. Dicha rama se centra en la intervención psicológica con personas en momentos críticos y ante eventos altamente impactantes en sus vidas, ya sean catástrofes naturales o causadas por el hombre (como el terrorismo), emergencias o pérdidas repentinas, inesperadas y traumáticas de seres queridos. Situaciones en las que sin duda y por encima de todo prima el dolor, el sufrimiento, la rabia, la incomprensión, el bloqueo.
Situaciones duras en las que uno, como profesional, se puede ver implicado si se dedica a este ámbito. 

La psicología de emergencias supone estar cerca de las personas en los peores y más críticos momentos de sus vidas, es ofrecer un sostén y un soporte en momentos que en muchos casos eliminan cualquier defensa o capacidad de respuesta en las personas y es en definitiva un escenario en el que la emoción presente por excelencia será el dolor.

Siempre he considerado que estar cerca del dolor te une con el mundo, con la realidad, te hace ser consciente de que la vida es efímera, cambia en un segundo y que sobre todo, es y debe ser presente, nunca pasado o futuro. Sin embargo, la sociedad en la que vivimos, los medios de comunicación, la rapidez con la que fluyen las noticias y el bombardeo constante de malas noticias, guerras o asesinatos, con sus repectivas imágenes añadidas, han conseguido insensibilizarnos en cierto modo. Han conseguido una habituación a cierto tipo de imágenes y situaciones que nos aleja de las mismas, las vivimos como algo externo y lejano desde la comodidad de nuestros sofás y nuestras casas.

Como ya he dicho, el trabajo como psicóloga o cualquier otra profesión que se centre en este área, supone acercarse a las personas en los peores momentos de sus vidas. Supone que tus emociones, tus miedos o tus inseguridades pueden verse repercutidas, porque nada de lo humano ni sus emociones nos es ajeno. Y eso, eso asusta, mucho..

Sin embargo, creo que precisamente eso es lo que hace que este trabajo me active y me haga sentir que quiero aprender y saber cada día más y más. Creo que no hay nada mejor que poder ofrecer una ayuda o un soporte en momentos tan duros y en cierto modo, poder hacer más liviano el peso que soportarán cada una de estas personas y sus experiencias personales.

Hemos hablado del 11M, recordado el accidente de Angrois, ataques terroristas varios, guerras, muertes por violencia de género, accidentes, suicidios.. hemos hablado de terremotos, tsunamis e incluso la desgracia que viven los refugiados. Y en lugar de valorar la carga negativa y el dolor que todo ello implica, considero que es mucho mejor aprender a valorar la vida. Como ya he dicho, el dolor te conecta con el mundo, con la realidad y te hace ser consciente de que la vida es un paseo y no debemos quedarnos atrás.

Siempre dejamos para luego, para mañana, para más tarde. Postponemos decisiones por miedo, no nos arriesgamos por si sale mal, nos adaptamos a lo fácil conocido y huimos de lo desconocido o inseguro. Pensamos, pensamos y pensamos en lugar de dejar que las emociones y el corazón nos guíe en la mayoría de situaciones. Hacemos mil cosas que nos aburren, estamos con personas que no nos aportan y nos cuesta expresar lo que sentimos, por si los demás salen huyendo. Discutimos por auténticas tonterías, dejamos que el orgullo decida, pensamos en lo que debería ser y como tal actuamos, sin pensar que quizá lo más importante sería dejarnos llevar y ver que sucede. Huímos de ciertas personas, personas que podrían llegar a importarnos demasiado, por el miedo a quedar expuestos o vulnerables. No damos suficientes besos, abrazos o decimos te quiero a las personas que queremos, damos por hecho que lo saben. Nos ponemos mil frenos por pensar en un futuro incierto. Evitamos muchas cosas por miedo a sufrir. Y sin saberlo alimentamos al miedo, que sin duda es el peor enemigo de la vida. No nos permitimos experimentar y es curioso que tratando de protegernos, justo es cuando más daño nos hacemos.

Deberíamos sentir más, deberíamos pensar menos.
Deberíamos entender que la vida nos puede cambiar en un segundo.
Deberíamos entender que "Para vivir, hace falta vivir".

Este ha sido mi aprendizaje.
Sigamos aprendiendo.

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